Ayer encontré en una sombra afilada
el calor de las
estrellas diminutas
y la luz de los
espacios infinitos.
En realidad, no
buscaba nada,
pero hallé en el
aire un eco elíptico
y una voz sin
estructura, callada.
Sentí el pulso de
las rocas,
el avance de la
savia,
las cálidas entrañas
de las cosas
como un flujo
directo a la conciencia.
Pensé también en
la vida,
en los grandes
hechos de la historia,
en la ciencia, el
arte, la técnica,
quise darle al
hombre su importancia.
Volví a mí, al rincón
del alma,
y para aplacar las
ansias de las dudas
llené de Dios mis
palabras.